A lo largo de la historia, la ciudad de Barcelona ha requerido del suministro de agua constante para las actividades básicas humanas. Ya desde los tiempos del Imperio romano, en la ciudad de Barcino, dos eran los acueductos que abastecían a la población con agua de las fuentes de los alrededores, que eran conducidas hasta las termas y baños de la ciudad.
Se cree que la procedencia de esta agua era principalmente el río Besós. A mediados del siglo X se ordenó construir el Rec Comtal (o acequia condal) cuya función era la de transportar el agua desde el río Besós hasta el centro de la ciudad, caracterizando el paisaje urbano de aquella época y siendo visible todavía en algunos lugares a día de hoy. Pero no fue hasta el año 1313 en el que apareció lo que se podría denominar abastecimiento público, cuando llegaron a la ciudad, desde las fuentes de la montaña de Montjuïc, sus aguas y, posteriormente, las de Collserola en 1347.
Poco a poco, a medida que avanzaban los años, las fuentes fueron proliferando en el centro de la ciudad: la de Sant Jaume en 1356 y, un año después, la de Santa Anna, a las que continuaron otras como la de la plaza Sant Just o la de Santa María del Mar.
En la actualidad numerosos son los espacios, como parques y jardines, en los que las fuentes son elementos cotidianos, básicos e indispensables, para abastecer tanto al público local como a los miles de turistas que visitan nuestra ciudad, sobre todo en los meses estivales, para hidratarse o simplemente para poder refrescarse en sus largas caminatas.
El agua de la ciudad de Barcelona que surte de estas fuentes es sin duda potable y cumple con las garantías sanitarias exigidas por la ley. Sin embargo, no es la mejor agua que se puede lograr. Para ello, en la actualidad existen varios sistemas de filtrado que garantizan un agua mucho mejor. Uno de estos sistemas, sin duda el más respetuoso con el medio ambiente, es el de ósmosis inversa, que ya se ha implantado en miles de hogares de Barcelona y de otras ciudades de nuestro país.
Por otro lado, además de la existencia de fuentes destinadas para el consumo humano, encontramos muchas otras más decorativas cuyo principal objetivo es la fascinación y la admiración de aquellas personas que las contemplan. Grandes fuentes que ofrecen un espectáculo visual, incluso sentimental, a los espectadores que tienen el privilegio de ver sus continuos juegos y chorros de agua. Algunas son tan conocidas como las fuentes de Montjuïc, cuyo espectáculo de agua, música y color cautiva hasta al más escéptico de sus asistentes. Las fuentes de la plaza de Cataluña, a una escala más reducida, son otra de las sorpresas con las que la ciudad obsequia a sus conciudadanos.